La niña de la foto es Úle. Una nena mongola de tres años que ayer nos despidió de su “ger” con lágrimas en los ojos. Escondida detrás de la pierna de su mamá, como desde el primer momento en que nos conoció, dejó ver su emoción por nuestra retirada.
¿Qué pasó en el tiempo que compartimos juntos?
Entendió que éramos extranjeros, que íbamos de la capital al desierto ida y vuelta para ver unas dunas enormes que tiene su país, que íbamos en moto y que precisábamos dormir en algún lugar.
Comprendió, también, que aunque no podíamos intercambiar palabras, podíamos repetir lo que nos decía y causarle gracia, quizá por el acento, quizá porque se volvió nuestro juego preferido.
A la noche dormimos todos en el mismo ambiente y cuando Úle se despertó nos miraba y se tapaba hasta la cabeza, como escondiéndose, para volverse a destapar y reirse a carcajadas.
Unas horas que quedarán para siempre. La ternura de los habitantes de Mongolia parece mostrarse en su plenitud hasta que llegamos al próximo paraje y vemos que siempre se puede recibir más.
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Gracias Mongolia, por dejarnos conocerte A la Vuelta!