Cuando Diego llegó a Zambia desde su Italia natal, no sabía que se mudaría a vivir a una favela (también llamada asentamiento informal, cantegril, villa, slum o ghetto). Pero fue pisar Bauleni, un barrio en el que viven unas 80.000 personas, y todo cambió: Diego entendió que había mucho para hacer y que algunos integrantes del barrio tenían ganas de hacerlo.
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África es sinónimo de niños. Porque son muchos y porque los adultos son pocos; porque el promedio de edad es muy bajo y porque cada año nacen muchísimos más.
Pero también porque son ellos los que se maravillan cada vez que nos ven e inmediatamente gritan «Muzungu», que significa «hombre blanco» en suajili. No solo gritan: se acercan a vernos, llaman a otros, se ríen todos juntos, saltan y bailan.
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A tan solo 20 kms se están matando, así de fuerte es. Pero es a 20 kilómetros, no acá.
Antes de llegar a la República Democrática del Congo, todo lo que sabíamos de ese país tenía que ver con la guerra: no conseguíamos visa, tenían que levantarnos en la frontera y transportarnos en autos blindados, íbamos a ver pocos lugares y no debíamos salir de noche ni tomar riesgos.
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Hace unos días subimos unas historias desde el Lago Tanganica y los mensajes empezaron a llegar: «Así que Tanganica es un lugar», «¿Entonces Tanganica existe?», «No puedo creer, mi sueño, conocer Tanganica». Así, muchos.
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Llegamos con muchas preguntas y algunos prejuicios a la base uruguaya en la República Democrática del Congo.
La pregunta qué más nos llegaba a través de mensajes y la que más nos interesaba responder era por qué vienen estos uruguayos al Congo.
Algo que casi todos los militares uruguayos que conocimos en el Congo nos dijeron es «por la plata». Los salarios en Uruguay no son muy buenos y lo que reciben por venir acá implica un aumento importante. Esta respuesta, además de evacuarnos una gran duda, nos marcó una pauta: las motivaciones eran muchos más universales que militares. Es cierto, algunos quieren poner en práctica lo que estudiaron en la Escuela Militar y como en Uruguay no hay guerra, les interesa venir al Congo; pero nunca es la razón principal y para muchos de ellos ni siquiera es una razón secundaria.
Nuestros días en el batallón fueron muy interesantes: nos permitieron entender mucho el Congo, las misiones de la ONU y conocer más de cerca la realidad de muchos uruguayos, que va más allá de los que están acá y abarca a las decenas de miles de militares que hicieron y hacen misiones de paz.
Nos sentimos muy bienvenidos y, si bien la lógica militar y la civil son bien distintas, pudimos romper las barreras y llegar a conectar humanamente con muchos de ellos, que son más parecidos a nosotros de lo que nos imaginábamos y tienen los mismos deseos que la inmensa mayoría de los humanos: alcanzar sus metas, ser felices y estar en paz.
Sabemos que no es lo mismo un soldado raso que un comandante en jefe, sabemos que hay cuestiones de presupuesto, utilidad real del ejército uruguayo y sentido verdadero de las misiones de paz que son discutibles; sabemos que la historia reciente de las Fuerzas Armadas de nuestro país tiene partes muy oscuras. Nada de eso se anula por lo que vivimos, pero nada de lo que vivimos se anula por eso.
Cuando viajamos tratamos de ser abiertos para entender más y mejor. Casi siempre nos vamos con muchas preguntas y una sola certeza: la realidad siempre es más compleja y menos binaria de lo que solemos imaginarla.
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Entender las misiones de paz de la ONU, especialmente la que existe en la República Democrática del Congo, es complicadísimo.
Empecemos por lo más básico: las misiones de paz son misiones militares que buscan mantener o imponer la paz en un país. Como la ONU no tiene ejército, pide militares a los países y los pone a trabajar bajo su mando.
Hasta ahí todo parece claro: la ONU arma un ejército, logra la paz y se va. Pero en los hechos no es tan sencillo.
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Los días que llevamos en la República Democrática del Congo fueron una verdadera locura, mezcla de sentimientos, confusión, angustia y también sorpresa. Por momentos no entendemos nada, luego parece que sí. Durante horas no podemos creerlo, luego reconocemos que el mundo tiene muchas situaciones absurdas. En el medio, muchísima gente sufre, muy poca se enriquece de manera descomunal y no son pocos los que colaboran con su indiferencia.
Vamos a tratar de explicar lo que pasa en este extraño país, pero no es sencillo.
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Antes de llegar a Uganda sabíamos que teníamos que ver el ave que este país tiene en su bandera.
Aterrizamos y a los pocos minutos vemos un montón de enormes pájaros sobrevolando la ciudad.
– ¿Esa es la grulla coronada de la bandera?, preguntamos.
– No, ese es el marabú africano, la cigüeña más grande del mundo. Los marabúes son aves carroñeras que se alimentan de la basura. La grulla coronada es muy difícil de ver.
Entonces, los pájaros interesantes pasaron a ser dos.
El marabú africano es una de las aves voladoras más grandes del mundo, que puede medir hasta 3 metros y verlo sobrevolar la ciudad es impresionante. La verdad, no es muy linda, pero su vuelo es majestuoso.
Javier Reverte, un periodista español que nos encanta, escribió sobre el marabú: «Sin duda este poco agraciado pájaro representa mejor que otros, mejor que los leones o los elefantes, el corazón de África, cuando vuela como un ángel armonioso sobre los más apesadumbrados basureros de la tierra».
Días después, sin muchas esperanzas pero con mucha suerte, nos topamos con la grulla coronada. Fuimos a darnos un chapuzón al Lago Bunyonyi y desde el agua, vimos dos ejemplares cuidando de su nido, así que pudimos hacerles muchas fotos y videos.
Es un ave muy linda y en este país es considerada como un símbolo de amor y lealtad. En la bandera se la ve parada sobre una pata, en señal que Uganda avanza.
Y ya que estamos con la bandera, además de la grulla coronada tiene franjas negras, amarillas y rojas. Negras por el color de piel de los ugandeses, amarillas por el sol y rojas por la sangre.
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África tiene grandes problemas de contaminación y la forma de hacer las cosas en muchísimos rubros se mantiene igual que hace años, sin mucha tecnología ni herramientas modernas.
Aunque vimos varias cosas que podríamos absorber de la forma que tienen los africanos de enfrentar ciertos desafíos, cuando nos contaron que había un centro de innovación, quisimos ir a ver qué era.
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Para visitar las islas que hay en el Lago Bunyonyi, al suroeste de Uganda, hay que alquilar una embarcación. Algunas son grandes y a motor. Otras, como la que contratamos nosotros, son simples canoas.
Cuando solicitamos el servicio de canoa nos explican que incluye un conductor y dos remos extra para que todos ayudemos a moverla.
Nuestro capitán se llama Tyson y cuando llega nos promete llevarnos a las islas más interesantes del total de 29 que tiene este lago. Entre la lista, nosotros queremos visitar una sobre la que leímos algo muy impresionante. Se llama la Isla del Castigo y cuando le pedimos a Tyson que nos lleve, nos dice «sí, los voy a llevar a mi isla».
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